En democracia, ningún cargo debería ser vitalicio. Los puestos de representación son, por definición, temporales y revocables. Pero en pueblos como Almonte hemos visto cómo algunos alcaldes han convertido la política en un modo de vida.
El ejemplo más claro es Paco Bella, alcalde intermitente pero prácticamente perpetuo de nuestro municipio, que ha hecho del sillón de la alcaldía su residencia habitual.
No estamos hablando de un servidor público que entra, cumple y se va. Estamos hablando de alguien que ha pasado décadas enteras viviendo del presupuesto municipal, como si ser alcalde fuese una profesión hereditaria y no una responsabilidad temporal.
El problema de los mandatos interminables
Cuando un político se eterniza en el cargo, el sistema democrático se deforma.
La rotación de responsabilidades desaparece y con ella se diluye la rendición de cuentas. El pueblo deja de ser protagonista y se convierte en espectador.
La limitación de mandatos no es un capricho teórico. Es una herramienta imprescindible para proteger la democracia de sus peores enemigos: el personalismo, el clientelismo y el caciquismo.
Y en Almonte sabemos de qué hablamos.
Paco Bella, un ejemplo de manual
Durante sus largos años en la alcaldía, Paco Bella ha consolidado un estilo de gobierno basado más en el control que en el servicio, más en el favor que en la justicia.
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Ha subido los impuestos a los vecinos en lugar de perseguir el fraude de los alquileres no declarados, que sigue siendo un pozo de ingresos perdidos para el Ayuntamiento.
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Ha reforzado redes de dependencia y favores, donde la lealtad personal cuenta más que la capacidad o el mérito.
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Ha tratado el consistorio como si fuera un cortijo particular, donde el poder se confunde con la propiedad y el debate real queda silenciado.
En definitiva, un alcalde que no ha entendido que gobernar es servir temporalmente, no vivir de la política durante toda la vida.
Por qué necesitamos limitar los mandatos
El caso de Paco Bella ilustra de forma cruda lo que pasa cuando no existen límites:
el poder se convierte en rutina, la crítica se ahoga, el miedo se instala y la democracia se marchita.
Limitar mandatos significaría:
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Evitar la perpetuidad de los mismos rostros en el poder.
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Impulsar la renovación y la entrada de nuevas ideas.
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Debilitar las redes clientelares que se consolidan con el paso del tiempo.
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Recordar a los cargos electos que no son imprescindibles.
La política no debe ser un oficio vitalicio. Quien quiera vivir del poder, se corrompe. Quien entiende que su paso es temporal, deja espacio para que otros continúen la tarea.
Conclusión: Almonte merece aire nuevo
El pueblo de Almonte no pertenece a ningún alcalde, y menos aún a quien ha hecho de la alcaldía un trabajo de por vida.
Paco Bella es la demostración de lo que ocurre cuando los límites no existen: el cargo deja de ser un servicio y se convierte en un fin en sí mismo.
La limitación de mandatos no es un lujo: es una necesidad democrática urgente.
Porque solo cuando los sillones dejan de ser tronos heredados, los pueblos pueden respirar aire fresco.
Y porque nadie, por muy conocido que sea su apellido, puede confundirse con el futuro de todo un municipio.
Almonte necesita cambio, oxígeno, alternancia.
Nunca más alcaldes perpetuos.
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